Diario de un cáncer de colon IV: Claroscuro

10.09.2021

He dicho previamente que "había estado en el infierno, regresado y había vuelto a visitarlo". Afortunadamente no me quedé allí y no estoy allí ahora. Puede que vuelva, probablemente volveré, y entonces el pensamiento que me dará más esperanza es que "eso también pasará". En un esfuerzo por describirte, lector, cómo es mi infierno personal y qué lo desencadena, escribo este artículo en un momento en el que estoy experimentando el dolor y el cansancio habituales de mis peores días, pero también el beneficio de la alegría y claridad de los mejores.

Niebla, pesadez, incapacidad para pensar y articular, caos con la conciencia suficiente para verlo; eso es lo que es el infierno para mí. También es una absoluta falta de intención, de motivación, para actuar de ninguna manera específica, para seguir siendo, sin saber ya quién soy realmente. Finalmente, es una actitud oscura de abandono, a veces mezclada con una pura emoción frenética: desesperación. Hay diferentes grados de infierno y prefiero no saber la profundidad que podría alcanzar. Se va construyendo con episodios como el siguiente, día tras día, semana tras semana, mes tras mes, hasta que, de repente, sé que el infierno está aquí.

"Después de la diarrea de ayer anticipaba un día tranquilo, pero no está siendo así. Me fui a la cama ya con molestias, con la sensación de tener el ano contraído, ¿o dilatado?, en definitiva dolorido. Con eso y con gases que son habituales por las noches y que duelen cuando los expulso y duelen más si no lo hago. Por la noche no ayudaron los ruidos del hotel, que me despertaron al poco de conciliar el sueño. Me costó volver a dormirme y me he levantado muy cansado. De todos modos, he desayunado con ganas, como de costumbre, tratando de no excederme. Después de la ingesta viene ese escozor típico en el ano en la cicatriz de la primera operación, que a veces aguanto hasta que se produce la inevitabilidad de evacuar y otras veces, como hoy, no aguanto, así que termino yendo al baño para empujar muy deliberadamente.

Ha ocurrido lo que viene siendo habitual cuando trato de forzar una deposición: esfuerzo agotador que desencadena contracciones violentas en mi intestino en un reflejo de expulsión que me hace gritar, o más bien gruñir muy alto. No tanto de dolor sino por el esfuerzo... Siempre me pregunto que pensará cuando grito la pobre Elva y, en este caso, mis vecinos de hotel, a quienes se oía en la ducha hace un momento. El dolor estaba presente más que otras veces, el mismo escozor en esa área, la cicatriz número 1 pero más intenso, quizá ya iba predispuesto, con poca energía por no haber dormido y con miedo. No sé si es el dolor o el esfuerzo el que me deja completamente desfondado.

Alterno mi posición de cuclillas sobre el retrete con sentarme sobre la taza mientras descanso y, hoy, además, con meterme en la bañera en cuclillas. Es bastante más cómodo que subirme encima del retrete pero me inquieta que caigan heces en la bañera por motivos de higiene. El orinar un poco es inevitable, puesto que con cada "contracción", con cada gruñido, sale algo de orina... no me extraña que todo mi esfínter esté despistadísimo... Dejo la opción de la bañera solo para cuando estoy agotado.

Después de siete u ocho contracciones, con tres o cuatro variaciones de posición, todo lo que ha salido es una gotita sanguinolenta de heces. Dejo de intentarlo. Ya no hay escozor, es lo que suele ocurrir... es como si los movimientos de mi intestino al haberlo intentado desplazaran la carga y ésta ya no presionara la cicatriz (¿quién sabe?). Lo que sí queda es sensación de estar lleno y de incomodidad al caminar, que no me permite quedarme de pie ni sentado mucho tiempo (pero sí tumbado). La sensación me recuerda a la que tenía antes de las operaciones, antes del tumor, si caminaba con una necesidad imperiosa de hacer de cuerpo. Solo que ya sé lo que me espera si vuelvo al baño: nada. Eso y sangre cuando me limpio el ano. Bendita sangre limpia que me asusta y me informa... pero no sé de qué: ¿es la cicatriz la que sangra, hemorroides, o el segundo tumor que descubrieron hace semanas?"

Soportar tal dolor durante muchos días no me lleva al infierno hasta que me encuentro con la desesperanza: darme cuenta de lo duro que ha sido todo y que puede que no mejore o que incluso empeore. No tomo ese camino o regreso bastante rápido a un estado mental más saludable si soy capaz de escuchar a mi cuerpo, a algo en él que de manera más bien automática me instruye hacer lo mínimo: sin requisitos, sin pensar, sin decidir, sin concluír... aún. Entonces, dejo de emplear ninguna energía en luchar contra estos pensamientos y tampoco en crearlos. Y poco después desaparecen; entonces puedo entender mejor la situación anterior, ponerla en perspectiva. Le hago espacio en lugar de convertirme en su esclavo e incluso consigo a veces más adelante darle la vuelta para mi beneficio. Entonces mi espíritu pero también mi cuerpo se recuperan por sí solos, relativamente rápido, y vuelvo a la normalidad. Es posible que te encuentres conmigo un rato después del episodio anterior, por ejemplo caminando por la hermosa ciudad de Ciutadella, en Menorca, y ni te imagines lo que me estaba pasando en el baño un par de horas antes. Qué afortunado soy por contar con mi práctica de meditación. No me ahorra los momentos difíciles, pero mantiene a raya al infierno.

Foto: Hontoria del Pinar, España. Cortesía de mi hermana Josefina