Cuando recibir nos hace daño

07.12.2020

Cuando la compasión hace daño II

Hablaba en la contribución anterior de cómo a veces nos duele que otros no reciban nuestros regalos y cómo otras veces, en el otro lado, otras personas velando por nuestro equilibrio y nuestra seguridad, ofrecen cosas que a nosotros no nos sirven o que incluso pueden hacernos daño... con la mejor de sus intenciones. Estoy hablando de personas que amas y que te aman sin lugar a dudas. Hay mucho en juego porque ellas están convencidas de que no darte lo que quieren darte va a dañarte a ti, y a menudo han acertado en esto.

Por ejemplo, momentos antes han limpiado tus propias heces que se habían derramado en la cama y el suelo después de que tú te quedaras congelado, desolado y asqueado, sin saber qué hacer. Esas personas cubrieron de manera efectiva tus necesidades y han expresado de corazón que preferían hacerlo aunque también les diera asco. Hay momentos que generan gratitud para toda una vida y éste fue uno de ellos recientemente en la mía. Pero, imaginad, la compasión de estas personas ahora te agobia, te duele... quizá hasta te perjudica.

Tuve el tremendo capricho de comer una fabada asturiana (con alubias, tocino, chorizo, morcilla...) tres semanas después de una operación en la que extirparon mi recto, cuando solo días antes había sentido cólicos extremadamente dolorosos con vómitos que estuvieron a punto de llevarme de vuelta al hospital. Mi hermana Elva, y cuento esto con su permiso, me sugirió con amabilidad que pidiera otro plato en el menú y dejara la fabada para más adelante. Yo pensé en su propuesta razonable. Pensé en las tremendas ganas de comer lo que mi cuerpo necesitado de sales y grasas me pedía después de haber perdido muchísimo peso. Pensé en la necesidad de ser dueño de mi destino y equivocarme, si esa iba a ser la consecuencia, dejando a un lado esa voluntad de ser un niño bueno y obediente que me empalaga. Pensé también, no soy un camicace, en la posibilidad real de que las alubias llevaran a otro ataque de cólicos.

Lo importante aquí es que mi hermana y yo no estábamos de acuerdo en lo que yo necesitaba en ese momento. Y su amor, indiscutible, incondicional, o más bien las opiniones derivadas de ese amor, me estaban oprimiendo. Decidí comer la fabada, en contra de su sentido común. Y eso nos trajo a los dos un disgusto que aguantamos estoicamente mientras yo masticaba alubia tras alubia, ella estando segura de que no era una buena idea, y yo sabiendo que ella sufría por eso... pero disfrutando de la fabada. Tomé la decisión siguiendo una poderosa intuición que podía ser egoísmo y testarudez, buscando mi paz y la paz. He citado otras veces a Unamuno en este blog, que escribió, "la verdad antes que la paz" (que yo interpreto como "la verdad para la paz"). Era mi verdad. Sobre todo, vi con claridad que, pasara lo que pasara, no deseaba que el amor de mi hermana fuera nunca una presión para mí, ¡no quería hacerle eso a ella!

Podemos decir que fue una decisión acertada porque me sentaron bien... ¿Y si no hubiera sido así? Decía en mi contribución anterior que, a pesar de incomodidades o molestias, nos queda una sensación predominante de paz, de equilibrio y seguridad, cuando sabemos que hemos tomado la mejor decisión sabiendo lo que sabíamos. Así fue en mi caso a pesar del malestar que me produjo hacerle daño a mi hermana. Me ahorré algunas capas de malestar adicional. ¿Y mi hermana?

Os cuento, esto tiene muchísima relevancia en decisiones que he de tomar muy pronto respecto a hacer o no hacer quimioterapia preventiva en la etapa siguiente de este cáncer. Las opiniones de los médicos, basadas en los datos que conocemos, con sus mejores intenciones, es que haga la quimioterapia. Mi opinión es más compleja...

Para empezar, soy un caso excepcional, habiendo sobrevivido dos cánceres linfáticos del Sistema Nervioso Central y dos quimioterapias. Aunque nunca lo sabremos a ciencia cierta, los médicos han reconocido que este tercer cáncer podría haber surgido como consecuencia de las quimioterapias anteriores. Además, los estudios de cáncer se basan en datos de supervivencia y remisión a medio plazo (a 3 o 5 años) pero ignoran tanto largos plazos como calidad de vida. También reconocieron los médicos que ahora sin tumor ni recto, habiendo preferido yo no hacer esa quimioterapia antes de la cirugía, nunca podremos estar del todo seguros cómo de efectiva o no realmente es previniendo una recaída.

Mi sabiduría y discernimiento incluyen experiencias con otros médicos en el pasado que también cuentan. Aquellos insistían en tratamientos de radioterapia para mi cáncer en 2016 que a mí, en mi "ignorancia", no me parecían ideales. Después de 14 meses de quimioterapia intensiva en el hospital, seguía apareciendo una mancha blanca en las resonancias de mi cerebro que, según su opinión profesional no podía ser simplemente una cicatriz. No había habido cirugía... pero, me preguntaba yo, ¿no podía haber sido causada por un pequeño derrame? Yo sentía nuevamente una poderosa intuición que me decía que los posibles beneficios de la radioterapia en ese punto quizá no compensaban sus daños conocidos.

La conversación no fue agradable para ninguna de las partes y, sin embargo, tomé la decisión que me trajo más paz, equilibrio y seguridad, con independencia de las consecuencias, pensé. No hice la radioterapia y no continué con la quimioterapia, y esa manchita blanca, sea lo que sea, sigue apareciendo en mis resonancias sin molestarme por ahora.

Llegando al final, deseo agradecer las buenas intenciones y sabiduría de todos los médicos que me han atendido y me atienden y que lo hacen lo mejor que pueden, que me han salvado la vida en tres ocasiones. En particular, quiero expresar mi admiración por este nuevo equipo de profesionales que me están tratando en el hospital Marqués de Valdecilla en Santander, y entre ellos, la cirujana, la Dra. Carmen Cagigas y la oncóloga, la Dra. Eva Martínez de Castro. Hablaba de mi enfermera, Noemí, recientemente.

No es fácil ser un buen profesional. Es más difícil ser un buen ser humano. Estos profesionales y yo hemos sido capaces todos de tener las conversaciones más agradables sobre las cosas más importantes. Ofreciéndome la opinión que ellas piensan que es la mejor, reconociendo lo que saben y lo que no, me han ofrecido también algo fundamental: el espacio para que yo tome la decisión que me traiga más paz...

En éste espacio maravilloso, aunque es importante no equivocarse, también lo es sentir mi verdad y saber que, decida lo que decida, no lo voy a hacer por ser un niño bueno o por dejar de serlo. Se lo debo a ellas y a mí mismo, a todos. Me pregunto si esto maximizará las posibilidades de no equivocarme. Lo que más me importa es tener paz para encontrarme con lo que me toque.