Diario de un cáncer de colon III: Línea de sol en las sombras

10.09.2021

Hablaba de Menorca como un lugar perfecto con sus imperfecciones. No todos los momentos allí fueron buenos pero ese viaje, esa historia, definitivamente mereció la pena. Mirando hacia atrás puedo extraer exactamente la misma conclusión sobre mi vida, e incluso sobre mí mismo, e insistir en el hecho de que a pesar de ciertas imperfecciones pero también debido a esas imperfecciones, estas historias brillan. He tenido muy presente en los últimos tiempos que aunque lo mejor que se puede hacer con estos defectos es superarlos, en realidad son estos defectos las que ayudan a nuestras historias y a nosotros mismos a ser extraordinarios. Como dice mi amigo Tim, somos ya seres extraordinarios... con capacidad de mejorar. Nuestras historias también son extraordinarias, con la posibilidad de mejorar, lo que les hace aún más extraordinarias. Esas imperfecciones nos estorban tanto porque deseamos y podemos mejorarlas. Al mismo tiempo, tratarlas como un mal inevitable que sirven al propósito de superarlas las hace menos indeseables.

Lo que relato a continuación en tiempo presente es un par de esos episodios "imperfectos" que, en principio, no sirviendo para nada, le dio al resto de mis vivencias en Menorca más brillo y más color, no solo haya sido por comparación odiosa, sino también por mi capacidad para dejarlo atrás.

"Me despierto por la noche, la segunda de las dos o tres veces que suelo hacerlo de continuo, pero no me preocupa demasiado porque sé que volveré a dormirme. Ajusto mi postura porque el lado derecho, el de la cicatriz de la segunda operación, la de la anastomosis, está doliéndome más de la cuenta en este colchón tan duro. No deja de dolerme. Cobro conciencia súbita de un dolor muy agudo que termina por despertarme completamente, muchísimo más intenso de lo habitual, pero en mi riñón derecho... ¿o es delante donde está la cicatriz?

Hago lo que sé hacer cuando me duele el abdomen, me levanto al baño y me pongo de cuclillas sobre el retrete, en esta posición que he adoptado recientemente después de mis conversaciones con mi amiga Elba sobre ejercicios de suelo pélvico. Subirme al retrete en realidad se me ocurrió recordando la anécdota que me contó mi amigo Quique que, en su viaje a un lugar en China, vio a la gente hacer eso mismo encima de tazas del wáter. Lo que dan de si las conversaciones con los amigos... Ay, Dios mío, duele como si me fuera a morir. Tengo que despertar a mi hermana Elva, quizá deberíamos ir al hospital... ¿o podré esperar dos días a mi viaje de vuelta a Santander, y de ahí al hospital?

¿Qué calmantes podría encontrar en alguna farmacia si este dolor persiste? Ni el paracetamol ni el nolotil han funcionado demasiado bien con mis dolores intestinales y de recto, aunque probablemente porque los he tomado cuando ya tenía dolor y, como dice mi cirujana, es más fácil prevenir el dolor que eliminarlo. Y, sin embargo, esto parece otra cosa. ¿Será el riñón? Ayer me fui a la cama sin poder orinar pero lo había hecho sin problema horas antes. Pensé que era nuevamente el esfínter que pierde sensibilidad y se descontrola cuando tengo mucha actividad... es difícil de adivinar... ¿pero y si era otra cosa? Evacúo, apenas nada, pero con menos dolor en el ano y en el bajo intestino que de costumbre. La cicatriz número dos, la de la anastomosis, en cambio me estalla mientras lo hago... me invade un sudor frío y me mareo... no quiero desmayarme...Después de vaciar me relajo un poco por fin y... ¿me duele menos? ¿Es posible? ¿Eran solo gases?

La deposición de después de comer al día siguiente, en el agua, va infinitamente mejor, después de encontrar como viene siendo habitual nuestro rincón de rocas e inmensidad azul, cielo y mar. Espero no estar acostumbrándome. Y según formulo este pensamiento, me doy cuenta de que quizá los peces, de todo tamaño y color, verdes pequeños y plateados grandes, también habituales durante mis deposiciones, atraen buceadores con snorkel nadando con la cabeza exactamente en las mismas aguas en las que estoy yo.

Pronto llegan otros bañistas por las rocas con su música de pandilleros quizá atraídos por el hecho de que ahora se ven buceadores en nuestro rincón: gente llama a gente. Aquello pronto es una romería entre los que se lanzan al agua desde las rocas y los que llegan por mar y yo me escurro como puedo, escurriéndoseme también mis heces entre las piernas, ahora diarrea imparable, y agradezco la inmensidad del océano que todo lo desinfecta y rezo para que nadie se fije en mí o en mi obra. Mi hermana me grita que los peces plateados probablemente son sardinas.

Un momento de felicidad al final del día en el coche de vuelta al hotel cuando pienso el comentario de Elva, mi hermana (no en el de las sardinas): "las cosas no sucederían exactamente así de no ser por tus dificultades; no encontraríamos esos rincones perdidos si no necesitaras un hueco al aire libre para ir al baño". Veo su punto de vista. Se me ocurre también tratar de verme a mí mismo como me ve mi hermana, incluso cuando me ve postrado para hacer mis necesidades y gira la cabeza, discreta. Hay tanto... amor. Generoso, comprensivo, incondicional, tierno. Tanta admiración y tanto perdón. ¿Cómo puede verme así? Con mis basurillas que ella sería la primera en reconocer y, sin embargo, extraordinario. Saberme querido así, por alguien también extraordinaria con sus imperfecciones, me emociona."

Foto: Puesta de sol en Pont den Gil, Menorca